Día 2.
Hoy me he levantado en la misma cama que el primer día, la diferencia es que hoy sabía ya que no recordaba nada. Me levanté y aun estando con aquel camisón me asome a la puerta, pues venían muchos ruidos de fuera, como si hoy palacio estuviera más despierto que nunca, pasaba algo.
Pero nada más mirar hacía afuera una sirvienta me abordó he hizo que me volviera a meter dentro, traía unas ropas en sus manos, y sin dejarme decir palabra comenzó a desvestirme, no entendía por qué no me dejaban vestirme hoy sola, me tape vergonzosamente pero la sirviente sin hacer caso omiso, me retiro las manos y empezó a meterme capas y capas de ropa, hasta finalmente dejarme con aquel precioso vestido colorbeis, muy claro, casi blanco, era indescriptible, era perfecto, nunca había tenido un vestido así, ni siquiera el de ayer que me lo habían dejado en ‘’mi’’ habitación era comparado a este. Pero… ¿A qué se debía tanta gala? Antes de que la sirvienta me hiciera sentarme frente al espejo y me comenzara a jalar de mis pelos le pregunté - ¿A qué se debe esto? ¿Por qué me he de vestir así? ¿Qué pasa?
- Jean únicamente me ha dicho que te diga que… bueno, es ‘’Vuestro primer encuentro’’, yo no lo entiendo, pero supongo que tu si.
- Sí. –Afirme. Recordaba que aquella mujer se llamaba Matilde, pero aun así pregunté. - ¿Vos sois la que me encontró en el jardín?
- Sí, señorita.
No dije nada más simplemente dejé que aquella mujer me tirará del pelo, no sabía si lo hacía adrede o es que mi pelo estaba demasiado enmarañado. Me quejé varias veces, pero ella no hizo caso , simplemente una vez dijo ‘’ Señorita, siento los tirones, pero si está vez deja que te quite los nudos, para la próxima no dolerá tanto’’ Respiré hondo y dejé que ella siguiera tirándome del pelo. Pero aun estando allí con una mujer tirándome del pelo la pregunta de ¿Quién era? Seguía presente, y yo trataba de convencerme a mi misma diciéndome ‘’Rebeca, eres Rebeca’’ Tenía que dejar de darle vueltas a aquel drama. Cuando ya estaba completamente absorta en mis pensamientos, un golpe en seco de algo que impacto contra el suelo y una dulce voz me saco de aquel estado.
- Señorita, ya estás lista. Te acompañaré al Salón.
Me agarró de la mano y sin que yo pudiera replicar, y siquiera sin haberme podido mirar al espejo, me guio hasta aquella enorme sala, una sala grande llena de gente, mesas. Una sala adornada como las pocas habitaciones que había visto de aquel palacio, con colores claros y miles de grabados en color oro y un techo bastante alto. No había visto el resto de las habitaciones, pues no había tenido tiempo para inspeccionar, pero daba por seguro que todas eran iguales.
Matilde me soltó y ella rápidamente se marchó, casi no me dio tiempo para decirle adiós con un simple gesto de la mano.
Varias personas se acercaron a mi y se presentaron formalmente, yo simplemente les salude con una reverencia y me presenté, la reverencia era torpe, pero poco a poco la fui perfeccionan hasta ser casi perfecta.
Un hombre vestido con ropas muy elegantes, tanto como las de mías, se acercó a mi y me sonrío, antes de que él se presentará me dio tiempo para fijarme en su rostro, era la viva imagen de Jean, solo que mucho más envejecido, por lo que supuse que sería su padre.
- Señorita Rebeca. Permítame presentarme. –Quedo durante un minuto callado, como si tratará de buscar las palabras adecuadas, suponía que él también debía de hablar como si no me conociera, si es que antes me conocía. –Soy Alejandro Cromwell, Rey de Inglaterra.
- Un placer conocerle. Yo, creo que ya me conoces. –Dije a la vez que pensaba, su cara me resultaba familiar, pero no por el echo de que se pareciera a Jean. -¿Usted podría decirme quienes son mis padres?
- Sí. Pero esto es lo único que Jean me permitió contarte, pues no cree que demasiada información sea bueno para ti. –Dijo en un tono más bajo y luego siguió. –Vos sois hija de una mujer que servía aquí, era española, pero murió hace unos meses, estaba muy enferma, y por respeto a tu madre, ya que era una gran mujer decidimos no dejarte en la calle, y ahora vives con nosotros. Ahora sigamos como si esto no te lo hubiera contado, tiene que ser tal y como fue.
- Gracias. Está bien.
Con un gesto empujo a alguien hacia mí, y ahí estaba, de nuevo. Jean frente a mi, aunque está vez le veía diferente, cambiado, o eso me parecía.
- Señorita Rebeca, este es mi hijo Jean, él se encargará de que tu estancia aquí sea lo más agradable posible, y no se preocupe si tiene algún problema, no dude en hablar conmigo.
- Gracias, pero no tenías por qué, creo que me las podré arreglar sola, soy muy independiente, o al menos eso creo.
- Está bien, pero aun así si necesitas ayuda estaré por aquí. –Dijo Jean a la vez que se giraba y se iba.
- Bueno, yo también he de retirarme, he de atender algunas cosas importantes.
Y se fue. Allí me quede en medio de una gran sala con más de treinta personas, y yo era la única que no se atrevía a hablar con los demás.